Intenta recordar algo antes de esta edad, si lo logras eres un gran afortunado, y si la respuesta es no, no te sientas mal por no tener memoria.

Tómate unos minutos para reflexionar… ¿Ya? Probablemente, habrás sido capaz de recordar algunos detalles del entorno, a algún amigo de infancia cuyos rasgos se confunden y, quizá, cierto episodio intrascendente que no sabes muy bien por qué recuerdas. Poco a poco te das cuenta de que la información que recuerdas de los primeros años de tu vida es muy limitada, a continuación te damos la explicación.

La memoria es la capacidad de adquirir, almacenar y recuperar información. Somos quienes somos gracias a lo que aprendemos y recordamos. Sin memoria seríamos incapaces de percibir, aprender o pensar, no podríamos expresar nuestras ideas ni tendríamos una identidad personal.

Muchos pensarán que este olvido se debe a que aquello ocurrió hace mucho tiempo. Sin embargo, hagamos lo mismo con nuestra adolescencia y juventud. ¿Verdad que los recuerdos parecen más claros y somos capaces de recuperar los episodios de nuestra vida con un mayor grado de detalle? Como recuerdan todos aquellos que han estudiado la amnesia infantil, el nombre que recibe este olvido que abarca hasta los cuatro o cinco años de edad, no se trata de una cuestión de distancia temporal, sino de que, por diversas razones, la memoria autobiográfica de los niños es frágil. Si tienen hijos, prueben a preguntarles si recuerdan aquello que hacían a los cuatro años, sobre todo si estos tienen entre siete y diez años. Se sorprenderán de cómo parecen haber olvidado todo aquello que ocurrió hace apenas dos temporadas o, incluso, haber inventado acontecimientos que nunca tuvieron lugar.

Un desagüe en el cerebro por el que se cuela todo, pero ¿Por qué es importante el olvido?

Si recordásemos todo estaríamos tan enfermos como si no recordásemos nada. El olvido es necesario para nuestra salud mental ya que los recuerdos pasados sin importancia han de desaparecer para dar paso a los nuevos. Además, si la persona tiene recuerdos dolorosos que pueden causarle problemas de salud como la ansiedad, el olvido es necesario para poder continuar viviendo tranquilamente. Por ello existe el olvido por represión (olvido motivado e inconsciente) y por supresión (intento consciente de no pensar algo).

Diversas teorías han intentado resolver el enigma que planteó por primera vez Sigmund Freud en el año 1910, ligado a la represión y la perversión sexual en la niñez. Durante décadas,  la teoría más extendida era la que defendía que, si los adultos no recordaban su infancia, era porque los niños no generan recuerdos. Pero la realidad era mucho más compleja y poliédrica que eso.

Los niños apenas son capaces de recordar acontecimientos, incluso si fueron capaces de contarlos apenas unos años antes.
Actualmente está demostrado que los niños sí crean recuerdos, sólo que estos desaparecen llegado determinado momento de sus vidas. La autora comprobó cómo niños de apenas dos años y medio eran capaces de dar cuenta de acontecimientos ocurridos seis meses antes, pero tiempo después, los olvidaban. Ello provocó que las investigaciones que se realizaron a partir de este momento se centrasen en descubrir cuándo y por qué razón se desvanecía para siempre de la memoria casi todas estas vivencias.

 A partir de los 6 años y hasta los 13, la mayor parte de los recuerdos comienzan a solidificarse con más fuerza en la memoria. Por el contrario, un experimento puso de manifiesto que los pequeños de entre cuatro y seis años apenas eran capaces de relatar pasadas experiencias, incluso aunque hubiesen sido capaces de contarlas apenas dos años antes. Simplemente, habían desaparecido de su cabeza.

La hipótesis neurológica, una de las más difundidas, sugiere que si los niños no son capaces de mantener sus recuerdos es porque su cerebro aún no se encuentra lo suficientemente desarrollado. El hipocampo del niño, el encargado de dar forma a nuestra percepción y encajar la nueva información con lo anteriormente conocido, se encuentra en pleno desarrollo. No es hasta la adolescencia cuando este sector del cerebro termina de desarrollarse y los recuerdos llegan para quedarse.

Pero esta explicación puramente neurológica no desvela por qué nos acordamos muy vívidamente de ciertos acontecimientos y olvidamos otros.  Aquellos que apelaban a lo emocional podían llegar a recordarse hasta tres años más tarde. Además, los conocidos como “densos” –es decir, aquellos que proporcionaban información de personas, lugares, tiempo, etc.– tenían hasta cinco veces más posibilidades de ser recordados que los meros fragmentos sin conexión. Al igual que lo que ocurre con la memorización de un contenido académico, aquello que se percibe como significativo o conecta con nuestra experiencia cotidiana tiene más probabilidades de ser retenido.

A todo ello hay que añadir la teoría socio-lingüística, que añade a la ecuación la idea de que el niño carece de las herramientas lingüísticas y perceptuales necesarias para localizarse cronológicamente y pensar su existencia de manera temporal. Su vocabulario limitado o inexistente impide que determinado acontecimiento pueda almacenarse bajo una etiqueta, como por ejemplo “fiesta de cumpleaños de mamá”. Por el contrario, este será recordado a partir de pequeños retazos, como el momento del soplo de las velas o la visita de un familiar lejano.

Entre los 15 y los 30 años se produce el ‘golpe de reminiscencia’, el período durante el que se solidifican más recuerdos.

Los recuerdos no son eliminados, sino que siguen almacenados en nuestro subconsciente y, es más, tienen una gran influencia sobre nuestra vida consciente. La memoria no es, para Conway, una forma de retener información pura, sino el eje constitutivo de nuestra identidad. Por ello, las personas mayores tienden a olvidar muchos episodios desgraciados de su vida: es una manera de optimizar sus recuerdos, quedándose sólo con aquello útil o que refuerce su personalidad y descartando lo traumático.

Según el “golpe de reminiscencia”, el período durante el que se solidifican más recuerdos, sería una teoría que explica que las películas, libros y música que conocemos en esos años se recuerden de manera más vívida que las que descubrimos la pasada semana.

¿Quieres mejorar la memoria?

Si tuvieses que aprenderte una lista de números telefónicos de memoria, ¿cómo lo harías?

Por mucho que lo intentes hay altas probabilidades de que lo hagas mal, ¿cierto?

Una de las cosas interesantes de la mente es que aunque todos tengamos una, no conocemos la mejor manera de aprovecharla al máximo. Esto es en parte causa de las dificultades que tenemos para reflexionar sobre nuestra forma de pensar, algo que se denomina metacognición.

El estudio de nuestros procesos mentales revela que la mente humana tiene puntos ciegos. Y un área en la que estos puntos están particularmente presentes es la del aprendizaje.

Somos especialmente malos a la hora de reflexionar sobre la mejor manera de aprender.

La mejor manera de aprender

Los investigadores Jeffrey Karpicke y Henry Roediger III se propusieron estudiar un aspecto en particular sobre nuestra forma de aprender: cómo las pruebas pueden consolidar nuestra memoria de los hechos.

En su experimento pidieron a estudiantes que memorizasen pares de palabras en inglés y swahili.

Por ejemplo, tendrían que aprender que si se les daba la palabra en swahili mashua, su correspondencia en inglés era boat (barco).

Podrían haber usado el tipo de preguntas que se emplean en un examen normal de secundaria, pero el uso del swahili implicaba que no podían apoyarse en el conocimiento ya adquirido.

Tras aprenderse todas las parejas de palabras, el examen se planeó para la semana siguiente.

La importancia de probarse

Si algunos de nosotros tuviésemos que aprendernos esta lista lo que haríamos sería estudiarla, ponernos a prueba y después no pensar en los términos que pudimos memorizar.

Esto acelera el estudio y hace que nos podamos enfocar en lo que todavía no aprendimos.

Es un plan que parece perfectamente lógico, pero es desastroso si lo que queremos es aprender de manera correcta.

Karpicke y Roediger pidieron a los estudiantes que se preparasen para los exámenes de distintas maneras y compararon los resultados obtenidos.

Por ejemplo, a un grupo se le pidió que continuara poniéndose a prueba sin dejar a un lado las respuestas que eran correctas, mientras que al otro, se le dijo que podían dejar a un lado lo que ya sabían.

En el examen final las diferencias entre ambos grupos fueron enormes.

Mientras que dejar de estudiar los términos aprendidos no tuvo mucho efecto, a aquellos que no siguieron comprobando si los recordaban les fue mucho peor que a los que sí lo hicieron.

Los que dejaron de ponerse a prueba solo recordaron un 35% de los términos, mientras que los que siguieron haciéndolo consiguieron recordar un 80% de las palabras.

Parecería que la mejor manera de recordar es practicar y recuperar los datos de la memoria, y no tratar de mantenerlos aislados para continuar con el estudio.

Además, olvidarse totalmente de las partes ya revisadas, como recomiendan algunos manuales de estudio, es totalmente incorrecto.

Puedes dejar de estudiarlas si ya te las aprendiste, pero debes seguir probando si las recuerdas si quieres acordarte de ellas cuando llegue el momento del temido examen final.

Guiarse por la evidencia

Por último, los investigadores preguntaron a los participantes cuánto recordarían de lo aprendido.

Los dos grupos consideraron que aprenderían un 50% de los términos.

Esto fue mucho más de lo que esperaban los que no lo hicieron tan bien y bastante menos de lo que consiguieron los que mejor memorizaron.

La conclusión podría ser que tenemos una especie de punto ciego metacognitivo para el cual las estrategias de recuperación de la memoria podrían funcionar muy bien.

Estamos ante un escenario en el que por lo tanto tenemos que guiarnos más por las pruebas que por nuestro instinto.

Pero la evidencia esconde también una moraleja para los profesores: las pruebas no solo sirven para ver si los alumnos saben algo, también les puede ayudar a recordar.

La información puede consolidarse en la mente humana cuando se relacionada con un proceso de aprendizaje emocional.

La memoria es un mecanismo de grabación, archivo y clasificación de información, haciendo posible su recuperación posterior. Se puede identificar con la capacidad de grabación pero ya sabemos que tan importante es esa grabación como el contenido y estructura de la información.

La memoria humana es la función cerebral resultado de conexiones sinápticas entre neuronas mediante la que el ser humano puede retener experiencias pasadas. Los recuerdos se crean cuando las neuronas integradas en un circuito refuerzan la intensidad de las sinapsis.

Estas experiencias, según el alcance temporal con el que se correspondan, se clasifican en memoria a corto plazo (consecuencia de la simple excitación de la sinapsis para reforzarla o sensibilizarla transitoriamente) y memoria a largo plazo (consecuencia de un reforzamiento permanente de la sinapsis gracias a la activación de ciertos genes y a la síntesis de las proteínas correspondientes).

La memoria humana se diferencia de la memoria de los animales porque puede contemplar el pasado y planear el futuro, en cambio los animales se basan en sus necesidades presentes. Respecto de su capacidad, se ha calculado el cerebro humano puede almacenar información que “llenaría unos veinte millones de volúmenes, como en las mayores bibliotecas del mundo”.

Se realizó un experimento en el que participaron más de 100 personas,se mostró a los voluntarios 60 imágenes, de animales y herramientas, y después se repitió el proceso emparejando 30 de esas imágenes con un “choque” o impacto, equivalente a una experiencia emocional. “Se aplicaba una descarga eléctrica en la muñeca de los participantes cuando veían ciertas imágenes. El aprendizaje en ese caso consistía en saber qué imágenes se asociaban a la probabilidad de recibir un impacto”.

Estas pruebas revelaron que los recuerdos de las imágenes relacionadas con esas descargas eran más fuertes que los que no estaban asociados con ese suceso emocional.

El estudio reveló cómo una información aparentemente intrascendente (como la imagen de un animal), pero asociada con un impacto, se puede fortalecer si gana significado en un acontecimiento futuro. Según los autores del estudio, ser capaces de registrar los detalles de las experiencias emocionales es importante, ya que esta información puede ser útil para predecir y tratar los sucesos importantes posteriores.

Sin embargo, apuntan, no siempre se sabe cuándo va a suceder algo significativo y hay poca motivación para recordar gran parte de la información de cada día, a pesar de que puede llegar a ser relevante en una fecha posterior. Por eso es importante que nos aferremos a acontecimientos significativos para luego poder tener esos recuerdos.

La memoria se ha estudiado formalmente desde hace 200 años, pero todavía hay mucho que descubrir.